Era mi segunda noche allí,
mecía un niño entre mis brazos.
Alguien lo había tomado con lástima
de una jaula de primates.
Recién nacido,
arrugado y con las uñas largas.
Tenía los dedos finos como alfileres.
Discutíamos sobre
si se trataba de un niño
o un simio.
Yo insistía,
abrazándolo con fuerza
-¡Tiene las uñas blancas!, ¡Blancas!
¡Tiene que ser un niño!
El me miraba confuso
con sus ojillos redondos de orangután
Tenía diez dedos en cada mano, ¡pero eso no me importaba!
Hace 6 meses
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