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Ya estamos en Octubre, y seguimos vivos.
Hoy por fin refresca esta atmósfera soporífera que lo fundía todo con un abrazo largo, y pesado como el plomo.
El aire llega desde
el horizonte borroso
sembrado de grúas de Barcelona.
Desde el mediterráneo
húmedo
agradable
llega a los sentidos la sal
los sonidos sordos de automóviles
la efervescencia de la vida.
Mi niño duerme tranquilo.
Era mi segunda noche allí,
mecía un niño entre mis brazos.
Alguien lo había tomado con lástima
de una jaula de primates.
Recién nacido,
arrugado y con las uñas largas.
Tenía los dedos finos como alfileres.
Discutíamos sobre
si se trataba de un niño
o un simio.
Yo insistía,
abrazándolo con fuerza
-¡Tiene las uñas blancas!, ¡Blancas!
¡Tiene que ser un niño!
El me miraba confuso
con sus ojillos redondos de orangután
Tenía diez dedos en cada mano, ¡pero eso no me importaba!